“La raíz del problema no es el deseo, no podríamos sobrevivir sin él.
El problema es averiguar lo que realmente nos hace felices”
Sabina Guzzanti
Si bien todo medio de expresión es susceptible de profanación, profanación comercial y política, sabemos también, por puro instinto de supervivencia, que esa intromisión sólo afecta una parcela del canal comunicativo y no su totalidad, véase que disponemos de toneladas de libros hechos exclusivamente para hacer dinero pero, por otro lado, disponemos de una ingente cantidad de libros cuyas finalidades son la belleza, el conocimiento y la conciencia crítica. Así mismo la música, de cada nueve Beyonces tenemos una Nina Simone por ejemplo, y, naturalmente, el cine, donde aún no tenemos que rascar demasiado para descubrir joyas. En cambio con la televisión nos hemos equivocado en algo, o por lo menos, con algo nos hemos distraído a lo largo de la segunda mitad del siglo XX para que hoy la televisión traiga consigo tal cantidad de adjetivos, de los cuales uno de los más dolorosos es su carácter prescindible.
La televisión llega al salón de muchísimas casas, la televisión es vista por todas las edades, la televisión se puede navegar con dos botones desde el sofá, desde la cama, desde la mesa, la televisión se parece mucho a la gratuidad y sin embargo, a pesar de tantas virtudes, mejor no encenderla.
¿Por qué? Erik Gandini con “Videocrazy” (Suecia, 2009) ahonda en esta malversación del medio televisivo a partir de un patrón de gestión temática cuyas consecuencias parecen ya irreversibles, el magnífico modelo “Pan y circo” de Silvio Berlusconi.
Como placebo de doble filo, esta estrategia contentará a todos en la medida en que unos no sólo miren hacia otro lado sino que también deseen mirar hacia ese lado, mientras los otros, una selecta casta, acceden a la impunidad de quien se cree no visto en sus quehaceres de dudosa moralidad.
¿Y hacia dónde va a mirar y deseará volver a hacerlo una y otra vez la masa en su versión más despersonalizada? Pues muy fácil, concursos, insultos, tetas, telenovelas, tetas, famosos, tetas, y así una larga lista de trivialidades que, no sé si contra todo pronóstico para sus arriesgados promotores, funcionó. Y se engrasó tan bien con las aspiraciones de la gente que, sin olvidarnos que nace de ese no atender a lo que importa, se transformó en un modelo cultural, una manera de pensar (o de no hacerlo), en fin, en un definido estilo de vida.
Aunque ambientado en la Italia de Berlusconi, creo que muy pocos serían los que, al ver el documental, no jueguen a colocar otros apellidos y otras siglas a la historia sólo para corroborar lo que de antemano imaginaban; que la estructura del delito permanece inalterada y que quizás, haciendo algo de autocrítica, todos, más allá de nuestra nacionalidad, pecamos de lo mismo.
Por lo que respecta a lo cinematográfico, cabe destacar esa educación en los 12 frames por segundo del director y que, es de suponer, su paso por Suecia tuvo algo que ver, como también el omnipresente Lars von Trier en la producción y Johan Soderberg con la música, está última, verdadera guía para una lectura inquietante, poética y nublada de la realidad que se nos vela.