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“Tabloid” de Errol Morris

“Solo espero que algún día

el Kirk 2 vuelva a ser el Kirk 1”

Joyce McKinney

Por lo general, el humorista domiciliará parte de su éxito en un recurso que, si bien secundario y no menos constante, hace al subtexto que terminará de concluir la solides del chiste. Ese recurso es la noción de no saber lo que le está sucediendo, una inocencia que hace las veces de picante, de iluso o torpe, y que puede llevar al protagonista a situaciones de chaplinescos accidentes o cantinfleros malentendidos.


Este planteamiento puede trascender el ámbito de las tablas y localizarse con idéntica exposición en cualquier esfera de lo social, siendo un recurso necesario no solo para ir construyendo un mapa de nuestras relaciones, sino para ir definiendo, así mismo, nuestras afinidades.


En “Tabloid” (Errol Morris, 2010) podríamos decir que el desengaño se entabla desde el momento en que el ojo del director, con absoluta libertad de movimiento, se desvía por uno de los linajes temáticos que brotan de un personaje como Joyce McKinney, aquel en que ella es consciente de quién es y, por consiguiente, de sus actos. Pero vamos por partes.

Ella es una ex Miss local que a mediados de los años ´70 se enamora perdidamente de un joven mormón. Su versión dice que él acabó sucumbiendo a sus encantos y, se entiende, traicionando por motus propio la férrea doctrina de la que formaba parte en beneficio del amor desmedido que sentía el uno por el otro. La versión de él, sin embargo, dice que fue raptado, que fue obligado y más tarde violado física y éticamente por el delirante deseo irrefrenable de Joyce, en un fin de semana inolvidable.


Hasta aquí, la simple posibilidad de cualquier lectura de una historia así se derrama hacia interesantes conjeturas hijas pura y exclusivamente de ese no saberse sabiendo más arriba inaugurado. Él desaparece. Ella, con el corazón roto, monta una cinematográfica búsqueda de su príncipe. Loca, pues es como la pintan, sus actos parecen saltar los muros de la cordura en más de una ocasión, viviendo un autentico periplo desfondado y muy próximo a eso que Werner Herzog dio en llamar la conquista de lo inútil, y en este caso es decir el amor imposible, para lo cual sólo es necesario que nunca se resuelva para seguir vivo.


Sin embargo, Errol Morris opta, en lugar de profundizar en esta fructífera inocencia, por ahondar en lo que de jugo tuvo esta historia para los medios de comunicación que alimentan salas de espera, peluquerías y geriátricos; los tabloides. La brillantina como quien dice, ya que si bien es cierto que esta historia también daba para el musical, como creo que Errol Morris acabó firmando, se dio pie a esa otra verdad de nuestro personaje que es cuando, especuladora ya de su perdición, vende su historia y se hace famosa y rica y se codea con otras celebridades de dudoso brillo y todo lo que de chaplinesca empatía y de cantinflera cercanía podíamos encontrar en ella, queda sepultado por un tema que no llega a los talones de lo que en algún inicio se pudo prometer. O plantear el drama amoroso de una loca que quizás no lo sea tanto, o ser una nota más de ese musical periodístico que no lleva a ninguna parte.

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