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“Maradona” de Emir Kusturica

“Talento sobraba, salvo que por amiguismo, ceguera,

populismo patriotero o sencilla idiotez,

decidió no convocar a la mitad de los mejores”

John Carlin

Entonces bajó Dios y viendo un poco el panorama, se decantó por jugar un rato a la pelota. Los parroquianos, que llevaban esperando su llegada desde la trágica muerte del anterior santo de devoción, lo dejaron hacer. Todos recordamos aquellas imágenes en blanco y negro y su profecía. Los días pasaron y Dios no paró de jugar con la pelota, hasta que hizo del juego un trabajo. Ahora Dios empezaba a cotizar y la gente se hizo eco de la proeza; multitudes corearon su nombre mientras lo esperaban a la salida de los entrenamientos, a la salida del estadio, y luego en la puerta de su casa, en la puerta de su coche, el aeropuerto y la discoteca.

Se casó, tuvo dos o tres hijos reconocidos, ganó un mundial, se drogó, murió, revivió, lo dejó, volvió, se alejó, disparó, no se calló, se tatuó al Che en un brazo, se despidió para siempre y tuvo su show de televisión, volvió, apareció en todas las secciones del periódico, se hizo cargo de la selección y lo dejó.

Hoy sigue en algún lugar de entre nosotros, y si bien su historia forma parte del acervo cultural en tanto que ejemplo de vida (“y va el cafiolo por el tobogán/ va para arriba, va riendo va”) o en sus detractores como ejemplo de muerte (muerte de la humildad, de las formas, del lenguaje), su figura se repite una y otra vez cual serigrafía warholeana en todos los asados, los recreos, las tribunas, los bares y, naturalmente, en la literatura, la música y el cine.


Emir Kusturica, en su lejana Serbia, también sintió la llamada, y la historia del dios, del astro, del profeta, volvió al cine.

La película en cuestión se llama simplemente “Maradona” y, como su nombre indica, trata de Maradona, entonces vemos la historia de Maradona, y la historia de Maradona va pasando y finalmente, para uno que no puede dejar de confesar que hipotecó gran parte de su adolescencia en saber todo lo imprescindible sobre Maradona, la película resulta tan intrascendente que, como su titulo también indica, no merece ningún adjetivo real.

Tampoco hace daño, ya que las imágenes de archivo, que aquí son fundamentales, son muy proclives a llevarnos de la mano a donde quieran, así mismo alguna secuencia como la de estar en una sobre mesa de domingo viendo el partido en el televisor con el clan Maradona incluido el homenajeado, o alguna confesión que más que morbo dibujan momentos, como aquella en la que podemos imaginarnos perfectamente todos esos cumpleaños de las hijas echados a perder porque a papa se le subió el éxito a la cabeza otra vez.

Por lo demás, una película que parece una guía para el serbio de a pie con el vocabulario básico para saber sobre Maradona y sus estados. Eso sí, una guía que rompe los protocolos oficiales con esa viveza, con ese vandalismo que con los años se confirmaron como la carta de presentación tanto del futbolista como del realizador.


Ahora bien, mientras algunos esperamos que este retrato se le ocurra algún día a Werner Herzog, cabe revelar que Kusturica ya había hecho una versión mucho más entretenida y poética sobre la vida de Maradona, una versión breve y por ello, dos veces buena, como lo es el inicio de una buena película llamada “Underground” (1995).

Los invito a ver ambas versiones, y quizás en la comparación logremos reconocernos.


(Enlace a los primeros minutos de “Underground”)

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