"Me encanta tu canción de la guerra" una admiradora a José González.
En la extraordinaria vida normal de José González la vida tiene una explicación, o por lo menos la angustia, la silenciosa angustia de la vida, de la vida normal, la debe tener. Todo lo minúsculo de lo que estamos hechos debe de tener una explicación y José González ve el punto de fuga para esta cuestión en algo muy próximo a la música y a la teoría física. “¿Por qué tardo tanto en escribir una canción?”, “¿Qué pasa cuando no paras de tocar canciones melancólicas?, me pregunto que provoca eso en el cerebro”, “A menudo me pregunto cuánto nos afecta la música con la que nos criamos”.
Existencialismo puro y duro. Silencios compartidos, explicaciones que no se entienden, diálogos internos feroces, habitaciones de hotel y lugares ajenos. Da igual si José González está en Singapur, España, Estados Unidos o Argentina. Existe algo que va con él (y con nosotros) siempre, una carga que nunca lo abandona, una duda que no se resuelve pero que, por otra parte, lo mueve por territorios por los cuales, sin esa duda original, no habitaría. La duda a José González lo llevó a leer cosas de física, fotones, ADN, cromosomas, y también a escribir canciones increíblemente profundas, como si en la misma profundidad de la canción, allá a lo lejos, allá en el fondo, se puedan terminar desvelando los tejidos, la estructura ósea de aquello que nos duele, aquello que a José González le hace escribir y tocar.
¿Dónde acaba la realidad y empieza la ficción? Este documental tiene un trabajo escénico increíble. Sólo es cuestión de tiempos, tiempos que no son los del documental, son de ficción. Escenas como preparadas de antemano y una vida como escrita de antemano. Véase los planos donde los objetos esperan silenciosos la mano que los articule minutos más tarde, como el micrófono en el escenario o la lata de cerveza en la mesa. Véase los cuidadosos planos del músico rasgueando su guitarra junto a una ventana desde la que se ve todo Singapur. Detalles que nos desplazan a otro lugar que no se corresponde del todo con el registro, a veces torpe, a veces improvisado, que esperamos de un documental. Y por otra parte, el movimiento inverso. José González toca sobre el escenario su guitarra, lo acompaña una mujer con las palmas a su lado. La luz es intima. El plano, suave, lo registra todo desde atrás. De repente José González se atraganta y comienza a toser. Se detiene la canción. Se rompe el juego seductor cinematográfico. Algo de lo más trivial rompe el clímax. Parece extraño, pero no es más que algo espontaneo, indomable y, por lo tanto, real.
La extraordinaria vida normal de José González podría ser una película ficticia, un falso documental, todo irreal, falsa la música, falsos los viajes, falsos los acompañantes y falso el mismo José González. Todo podría ser producto de un guión interpretado por un excelente actor en unas localizaciones formidables. Pero no lo es, o eso creo.
En todo caso, lo que esta historia emana es universal, aunque sólo estemos hablando de un tipo corriente que toca la guitarra, que le va bien con ella, y coquetea, en las noches insomnias, con una física que lo ayude a entender un poco la vida, cuando sabe desde el principio que, después de todo, sólo le está dando vueltas a trivialidades.