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Crónica del XXXIII Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano (La Habana, Cuba. Diciembre

DÍA 1


A mí el cine latinoamericano no me gusta, me comenta un camarero del bar que está enfrente de los cines La rampa, en pleno centro del barrio del Vedado. El cine latinoamericano es muy… “sentimentalista” muy que habla de lo que pasa, y para lo que pasa ya estamos nosotros… Fíjate, el cine cubano por mucho que quiera contar otras historias siempre acaba hablando de lo que pasa en Cuba, y lo que pasa en Cuba es muy triste, y lo que pasa en toda Latinoamérica es muy triste, y fíjate (el camarero señala la larga cola que se va formando en la puerta del cine)además hacen un festival que para mí no es otro que “el festival de la tristeza”. En ese momento, el camarero desaparece para atender a los turistas que, de un momento a otro, se agolpan en la barra para comer.Sin desearlo, este comentario ha condicionado gran parte de lo que fue mi experiencia en el primer día de festival.


En las dieciséis salas de las que dispone el certamen se proyectan alrededor de cincuenta películas por día, sin contar las sesiones de cortometrajes y cine experimental, por lo que, entre idas y vueltas, entre guaguas y almendrones, uno puede llegar a ver tres o cuatro proyecciones al día.


Las de hoy fueron dos películas argentinas (“El notificador” y “La vida nueva”) y una chilena (“El año del tigre”). Sin duda, tres películas que se inscriben perfectamente en la definición que del festival ha hecho el camarero.


La primera, “El notificador” (2010) de Blas Eloy Martínez, es, en palabras del director, una historia en un 99% autobiográfica. El director ha trabajado de esto y conoce los dolores de primera mano; “El trabajo es tan agobiante que hacer una película fue la única manera de salvarme” comenta.


En ella se narra el día a día de un joven oficial notificador del poder judicial. Cada jornada laboral consiste en recorrer la ciudad repartiendo notificaciones de desalojos, juicios, etc… Su vida es monótona, insignificante, sujeta a una estabilidad basada en la puntualidad, los números, dar cuenta de todo, los jefes con sus dictaduras de baldosa, la competencia entre compañeros por ser el más alto de los enanos; en definitiva, la vida de un trabajador que silenciosamente se va enterrando en la mierda al tiempo que rasguña la utópica idea de la huida con el deseo/recuerdo de un tren mientras duerme la siesta en la hierba del parque.


El humor y la ironía entrelineada, acento que pauta una determinada forma de hacer cine en Argentina, son constantes y se agradecen, por lo que, a pesar de tratar un tema evidentemente triste por sus elementos y reflejos con la vida de cualquier espectador medio, entretiene y no hace daño.


La siguiente película, también argentina, es “La vida nueva” (2011) de Santiago Palavecino.


Con una estructura de historias superpuestas que se dan pie la una a la otra, nos encontramos en un pueblo rodeados de burgueses provincianos, allí una pareja en crisis, una pelea juvenil con graves consecuencias, un hombre influyente que construye realidades a su antojo y un músico que vuelve para hacer temblar las piezas del tablero. Como si de un Ingmar Bergman sudamericano se tratase, Palavecino ahonda en las texturas de una moral bombardeada por secretos y rencores, todo bien empaquetado en la aparente tranquilidad de quienes no tienen mayores preocupaciones que el piano afinado, los caballos sanos y el silencio amaestrado.


A diferencia de “El notificador”, aquí no hay ironía ni se pretende, pero aquello que sí parece buscar, eso tan difícil de concretar ficcionalmente en hechos convincentes como lo es la mentira, la relaciones de poder y el vacio de verdad, parecen quedarse a medias, subyugados a una lógica interna que, aun siendo fácil de entender, difícilmente llega a la empatía que se pone en juego en la oscuridad de la sala.


Por último, “El año del tigre” (2011) que, como bien dijo su director, Sebastián Lelio, se enmarca dentro de lo que podría denominarse “la militancia de la ficción” por su carácter documental, ceñido siempre a los patrones de una historia creada.


En febrero de 2010 un violento terremoto seguido de un maremoto asolo el sur de Chile, convirtiendo el paisaje ateo en pasajes propios de la biblia. Manuel cumple condena en una cárcel que, tras el terremoto queda destruida, y así se le abre las puertas a una libertad que más tarde se revelara como una nueva condena.


Grabada poco después del terremoto, Lelio utiliza escenarios naturales para rodar la historia de un viaje que, como bien sabemos desde “La divina comedia” de Dante, es un viaje interior, el viaje a los abismos de la experiencia humana, el viaje a los monstruos y fantasmas de una vida mutilada por la misma naturaleza y las posteriores explicaciones como arañazos en el aire.


Un proyecto lleno de buenas intenciones pero también ambicioso, ya que no es fácil estar a la altura de las ruinas y la destrucción, y más cuando estas son reales. No es nada fácil encajar una historia en un contexto como ese, donde solo es cuestión de encender la cámara para que las texturas inunden el ojo, y en este caso, la ficción de Lelio no parece mimetizarse con lo documental del trabajo. Su ficción apenas añade un poquito al dolencia pero no la conduce, es decir, por momentos parecen más interesante los paisajes que lo que le podría estar sucediendo al protagonista pero bueno, al igual que con la historia del camarero con la que inicie este texto, sobre gustos no hay nada escrito.



DÍA 2



Al día siguiente vuelvo al bar que está enfrente del cine para comentarle al camarero que, a pesar de la tristeza sobre la que parece fondear el cine latinoamericano, todavía quedan las formas, los modos en que cada uno cuenta lo que le pasa. Al fin y al cabo, los temas siempre fueron los mismos, y lo que prevalece, lo que nos hace avanzar, es el punto de vista desde el cual nos enfrentamos a lo que nos pasa.


Por ejemplo, una de las películas que ha llamado mi atención con respecto a este tema fue “Juntos para siempre” (2011) del director argentino Pablo Solarz. En ella seguimos desvelando los engranajes de esa forma de hacer cine en Argentina, donde parece que la tragedia cotidiana no está completa si no incluimos en ella el humor. El humor como parte de lo trágico. Este es el gancho que ya se pudo percibir con “El notificador” y que aquí se termina de definir.


Javier Gross es un guionista con cierto éxito que ha decidido encerrarse en la construcción de sus historias para esquivar los golpes que la vida le va dando, véase la locura familiar o los problemas de pareja. El ha conseguido desvincularse de las pulsiones del corazón hasta el punto de hundirse en la más frívola razón y llevarse consigo todo lo que le rodea. Los diálogos son astutos, divertidos, irónicos, la gente no para de reír con las desgracias de este pobre hombre, pero es aquí, cuando la película tiene al público en el bolsillo, en donde comienza a brotar la verdadera cuestión a tratar, y es justo aquí cuando no hay vuelta atrás y nos comemos el dramón entero.


Al final nos descubrimos atravesando el desierto que supone revelar todas las vidas que se fueron detrás de un “no”, de una palabra mal dicha, de que quizás, tal vez, no era la mejor época, el mejor momento; en definitiva, se trata de todas las vidas que se fueron detrás de la mujer que quisimos como a ninguna otra mujer y no supinos darnos cuenta a tiempo.


El camarero me da la razón pero me invita a ver la siguiente proyección como si en ella estuviese su contra-respuesta. La película es “Habanastation” (2011), la cual él fue a ver hace ya unos meses con su novia, y me pide que luego vuelva al bar para que la comentemos. Acepto.


“Habanasatation”, del director Ian Padrón, parece ser la película revelación de este año en Cuba y, como bien me había comentado el camarero el día anterior, se trata de una película cubana más que habla de Cuba. En ella nos encontramos con el viejo esquema de las clases sociales que por un error se encuentran una frente a la otra. Los protagonistas, dos niños, uno proveniente del barrio de Miramar (de clase alta) y otro de la Tinta (una especie de renombre que el director le da a La Timba, barrio marginal de la Habana). El uno descubre, con ayuda del otro, que la realidad no solo es aquello que sucede ante las narices respingadas de sus padres, el otro comprende que hay formas más nobles de enfrentarse ante la adversidad sin llegar a la violencia. Ambos, como es de esperar y a pesar de las diferencias, comparten ciertas similitudes, la ausencia de la figura paterna (uno siempre de viaje, el otro en la cárcel), las ganas de jugar (uno con su PlayStation, el otro con una cometa) y en esta dicotomía vamos despejando aquello que ya no solo corresponde al pueblo cubano sino que es de carácter universal: el respeto por las diferencias, la correspondencia entre infancias mas allá de las consecuencias económicas de un mundo cada vez mas atomizado y, al fin y al cabo, la construcción de la integridad de las personas desde el minuto cero.


Vale, no es muy original el planteamiento, pero sigue siendo necesario mostrarlo o, desde una mirada militante, es necesario seguir denunciando.


Así se lo hago saber al camarero, pero claro, aquí lo que no cuadra son las formas, no el contenido, y por su reacción entiendo que las formas en que uno plantea sus ideas son parte del mismo contenido, porque es en la forma donde se gesta la reacción de quien pasa dos horas atendiendo a un tema de sobra conocido.


Para finalizar, y ya dentro del homenaje que el festival realiza al escritor Gabriel García Márquez, asisto a la proyección de la brasileña “La mala hora” (2005) de Ruy Guerra.


Por lo general, los escritores tratados como estatuas en vida suelen generarme cierta desconfianza, y García Márquez es uno de ellos, por lo que el visionado de esta película estuvo pautado por esta idea y el resultado final también. Sin embargo, no puedo negar que el escritor colombiano sea un gran escritor y que Ruy Guerra supiera plasmar con puntualidad las atmosferas que esta novela desprende. El aire denso de un pueblo sumido en una silenciosa guerra, la lluvia constante, los secretos de sangre y el derrame visual hacia un realismo mágico excitante. Una película oscura, con un agobio tan eficaz que incluso muchos espectadores hicieron suyo y terminaron por abandonar las butacas del cine. Yo, al igual que con las novelas del escritor, me quede hasta el final, pero todavía sigo sin entender porqué.



DÍA 3


Es cierto que en el cine Latinoamericano pocas veces nos encontramos con películas donde una pandilla de oficiales con rostro de piedra van en busca del héroe retirado para solicitarle sus servicios nuevamente, difícil es encontrarnos con el actor secundario negro que carga con las dosis de humor y mucho menos la rubia despampanante que por fin se entrega en los últimos planos de la historia. Sin embargo, hoy se proyectaron dos películas que, si bien carecen de los tópicos del cine de acción norteamericano, la dinámica, la violencia y la velocidad dejan al espectador sumido en una taquicardia de altos vuelos.


“Miss Bala”(2010) del director mexicano Gerardo Naranjo, cuenta la historia de Laura, una joven mexicana que aspira a ganar el concurso de belleza de Baja California pero sin desearlo se ve envuelta en una trama de sicarios que siembran el terror allá en el norte mexicano.


Víctima de su devenir, Laura va diciendo que si a todo ya que la negación no es algo que entre en los planes de estos mexicanos cabreados y asesinos. Con una dinámica propia de videojuego, la protagonista va atravesando diversas esferas de poder entre coches tiroteados, policías corruptos, traidores de rodillas, extrarradios polvorientos y cocteles sobre el césped.


No hay respiro, no hay fin, la violencia espiral absorbe todo lo que le rodea y va minando las experiencias de vida de aquellos que, sin tener ningún castigo más que el haber nacido en ese maldito rincón del planeta, son golpeados por una realidad donde los finales solo suceden en las portadas de los periódicos.


La siguiente película que continua en esta línea es “La hora cero” (2010) de Diego Velazco. Película venezolana sorprendente, no solo por su temática sino también por venezolana.


Venezuela rueda al año entre ocho y diez películas, lo cual es todo un logro para un país en el que hasta hace poco tiempo el promedio era de dos a cuatro.


“La hora cero”, una mega producción si tenemos en cuenta los datos anteriormente mencionados, tiene ese atractivo de las producciones sudamericanas que hacen suyos los códigos de veracidad norteamericanos (Véase, por ejemplo, “Ciudad de Dios”). En ella se narra la historia de un asesino a sueldo que, en plena huelga de médicos, asalta un hospital privado para salvar la vida de su novia y la del niño que está a punto de parir. Aquí la vida tampoco vale nada, la policía peca de policía y el periodismo hace lo suyo para embarrar aun más las cosas.


A raíz de este episodio se van desenmascarando diversas realidades que comprometen no solo a aquellos que viven al margen de la ley sino también a quienes, amparados en su defensa, del mismo modo la violan.


Tanto esta película como “Miss Bala” acaban predicando aquello que, de una forma u otra, se extiende como una gran verdad en todo el continente y que surge de la compleja combinación de conceptos como poder, ambición y pobreza, y esta no es otra que “aquí no se salva nadie”.


Por otro lado, y muy lejos de lo que anteriormente se ha comentado, nos encontramos con la película argentina “Cerro Bayo” (2010) de la directora Victoria Galardi.


En ella abandonamos toda dosis de exaltación y sangre y fuego y pulsión y hambre y verdad para bajarnos de un ostión a la mansedumbre de una historia mínima, una familia del sur que, tras el intento de suicidio de la abuela, continua con su vida con cierto cambio, véase la visita de la tía endeudada que viene de la capital, el viaje soñado del niño, el concurso de belleza de la niña, la búsqueda del dinero que aparentemente la anciana gano en el bingo y una serie de cuestiones que se abordan todas con los parpados a media asta.


Una película que hace saltar la alarma con respecto a ese cine silencioso y cotidiano que tan bien ejecutan directores como Lisandro Alonso o Carlos Reygadas. Aquí uno se cuestiona; vale, el cine debe contar la vida cotidiana pero, ¿a costa de qué? Pasar a lenguaje cinematográfico una historia significa que el cine se merece esa historia tanto como la historia el cine pero ¿”Cerro Bayo” se lo merece? ¿Merece ser una historia? ¿Merece ser cine? Yo creo que no, aunque su directora si se merece continuar por esta línea hasta definir con precisión que es aquello de la vida que solo una cámara puede captar.


DÍA 4


Como un rio profundo que atraviesa el continente entero, la ausencia entendida como cicatriz identitaria se ha ido perfilando a modo de constante en lo que a expresiones artísticas se refiere. Las continuas invasiones sufridas en el continente, primero por los colonos europeos, luego los norteamericanos y más tarde las dictaduras de turno, han ido borrando la soberanía del pueblo original, aniquilando su cultura, expropiando sus territorios y haciendo desparecer a todo aquel que no vaya con los ideales del poder dominante.


Sin embargo, todas estas injusticias no hicieron más que fortalecer y unificar las voces de aquellos que, ante la aniquilación de su cultura no abandonan su lengua, los que, ante la expropiación de sus tierras siguen luchando por su soberanía y los que, ante la desaparición de sus seres queridos, siguen clamando “ni olvido ni perdón”.


La experiencia documental que ahonda en estas cuestiones, por tanto, se aleja del carácter anecdótico que supone contar una historia mas, siendo participe entonces de una responsabilidad civil que va mas allá de la efectividad cinematográfica, un compromiso con la realidad latente del tiempo en que vivimos.


“Diario de una búsqueda”(2011) de la brasileña Flavia Castro, cuenta la historia de Celso Castro, periodista brasileño militante en varias organizaciones de izquierda de las décadas del ´60 y ´70 que a finales de 1984 fue encontrado muerto en extrañas circunstancias. Este es el punto de partida de Flavia para la construcción de una geografía vital que habla de la continua persecución que no solo vivió el que fue periodista, sino también su padre. Esta es la historia de una militancia, la historia de una familia y, sin lugar a dudas, la historia de un continente.


A través de entrevistas a la familia que vivió con Celso los momentos más crudos de exilio y a aquellos que fueron testigos del episodio que dio fin a su vida, vamos construyendo un marco en el cual delimitar los estragos de la ausencia, porque ya no se trata de reemplazar a lo ausente con palabras ajenas, sino de dibujar un contextos que nos haga más comprensible los motivos de esa falta.


Un trabajo carente de sentimentalismo y doctrinarismos, de una sencillez y verdad que define un poco más lo que fue una época y lo que fue un compromiso, un compromiso personal y social.


A continuación fue presentada por el director Pino Solanas “Oro negro” (2011). Esta película forma parte de un fresco monumental en el que Solanas lleva trabajando desde hace diez años y que trata del impacto neoliberal en su país, Argentina.


Con la proximidad a los realizadores que el festival ofrece, será el propio director quien hable de su película;


A.F: -¿De qué trata su nueva película?-


P.S: -En esta película, que forma parte de una serie que comenzó con “Memoria del saqueo”(2004), se plantea la crisis del neoliberalismo teniendo como principal protagonista a mi país. En “Oro negro” hablo de cómo se fue vendiendo, por no decir regalando, un bien estatal como lo fue YPF (Yacimientos Petrolíferos Fiscales) a intereses privados y extranjeros. Fíjate, no se conoce país que haya entregado su petróleo sin antes perder una guerra. En Argentina no hubo una guerra pero hubo una casta política que provoco la misma cantidad de víctimas que una guerra, salvo que aquí, las victimas continúan vivas después de muertas-


A.F: -¿Qué impacto busca en el espectador?


P.S.: -En mis películas la realidad socioeconómica está presente desde el primer momento, pero nunca debo olvidarme del nivel humano. Es necesario rescatar la humanidad de las historias, porque si no, aunque hables de una evidente crisis económica, de una evidente precarización de la vida y de un evidente robo a mano armada, no resultara convincente. Conjugar historias humanas es hablar también de la conciencia de un país.-


A.F:-¿Qué piensa de la efectividad del cine politizado?-


P.S: -El cine es un lenguaje más. Se puede hacer todo tipo de cine. Yo nado en el cine del tipo ensayo testimonial, que no solo es testimonio, es investigación y propuesta. Lo político, naturalmente, está en el ensayo, la condición política de tus palabras es inevitable, y puestos a asumir esa evidencia, yo lucho por democratizar la democracia. Si es efectivo o no, eso ya no lo sé.Lo importante es hacer.


DÍA 5


Continuando la línea de la ausencia en el inconsciente colectivo del saber hacer latinoamericano al que ayer hacia referencia, hoy se proyecto fuera de concurso y fuera de catalogo y fuera de todo “Verdades verdaderas, la historia de Estela” (2011) del argentino Nicolás Gil Lavedra.


Volvemos a “la militancia de la ficción” del chileno Sebastián Lelio, pero en este caso con un poco mas de efectividad o, si se prefiere, con una dirección mejor definida. Estamos hablando de argentinos que hablan de la dictadura de su país en los años ´70 y principios del ´80. Estamos hablando de argentinos que hablan de las abuelas de plaza de mayo y, en concreto, de la historia de Estela Carlotto, presidenta de dicha organización.


Arriesgado ficcionar una vida saturada de realidad, la de esta mujer a la que la dictadura militar le borro una hija y puso en paradero desconocido a su nieto. Nieto que aun hoy busca incansablemente. Arriesgado también, por mi parte, escribir sobre la lógica interna del cine (véase calidad actoral, fotografía y guion) cuando aquí no hay otra intención que la de encontrar a ese nieto que bien podría estar en las butacas del cine “Yara” con otro nombre, con otra familia y, en definitiva, con otra vida.


Cine activo en toda regla. Cine de soluciones que busca una reacción allá donde se proyecta, que busca una verdad que no pierde impulso, que no puede perder impulso. Se trata de cine que no olvida.


Algo más metafórica resulta “La mujer de Iván” (2011) de la chilena Francisca Silva. Una película sencilla y elegante que trata, entre otras cosas, como se desenvuelve la naturaleza humana en una situación de cautiverio. Iván es un hombre silencioso y parco que mantiene encerrada en su casa desde hace años a Natalia, una adolescente en pleno despertar sexual.


La relación de ambos nunca se termina de definir y la tensión dentro de la casa llega a desbordar los límites del cautiverio, señalando cuestiones poco tratadas en los medios convencionales como la peligrosa capacidad de la moral para justificar actos de evidente inhumanidad, tanto por parte del agresor, como de la víctima.


Estamos en Chile, y aquí tampoco se olvida, aquí también hubo señores uniformados que en nombre de un país (el de ellos) se han permitido hacer y sobretodo deshacer vidas a su antojo.


Es todo un tema el de la barbarie que se derrama de civilizaciones evidentemente cultas, hijas del progreso tecnológico y cultural, defensoras del derecho a la vida y el bienestar social. Así también los procesos de exterminio europeos que se han justificados con una lógica sorprendentemente macabra, la misma lógica con la cual se ha defendido el asesino en serieBehring Breivikque en julio de este año mato a 76 personas en Noruega o el vecino ejemplar Josef Fritzlque retuvo a su hija en el sótano de la casa durante años en Austria.


“La mujer de Iván”, a pesar de sus planteamientos éticos y su invitación a cuestionar temas de tupidos razonamientos, resulta muy amena y estéticamente sobresaliente. Mención especial se merece la actriz María de los Ángeles García, un pequeño monstruo de veinticuatro años.


Por último, la guatemalteca “Toque de queda” (2010) de Elías Jiménez, una especie de Alex de la Iglesia pero de bajos fondos, es decir, con todo por hacer. La historia cuenta como un grupo de vecinos de una zona residencial deciden, ante la ineficacia policial, patrullar las calles para atajar la violencia que cada día golpea más el país. No se puede negar que la intención es buena, de hecho el propio director nos abre la puerta a “reírnos un poco pero también preocuparnos un poco”.


El caso es que lo que empieza como una radiografía de una situación insostenible en un país con el mayor índice de violencia del continente, acaba delirándose en una película de zombis que amenazan un barrio de clase media y donde la sangre y los gritos y la desesperación pasan de la preocupación, a la que el director hacía referencia, a la risa, esa risa que ríe por no llorar.


Una historia sin balance de blancos. Un película, para mi gusto, olvidable.



DÍA 6


Cuba no es un país fácil en lo que a expresión artística se refiere. A diferencia de lo que puede estar sucediendo en Europa, donde bajo el amparo de una democracia desvirtuada de contenido pero que aún se viste de gala, encontramos que el problema no es lo que se dice sino lo que se escucha, aquí sin embargo, aún se mantiene la rudimentaria censura donde el problema sigue siendo lo que se dice. Es decir, lo que en Europa pueden ser cuestiones que solo se entienden en blanco y negro, aquí siguen siendo lastimosamente contemporáneas.


Escritores e intelectuales son perseguidos, artistas que incomodan son funestamente invitados a irse y profesionales de la medicina y la educación son retenidos con largos procesos burocráticos cuando, por su propia cuenta, desean volar.


No obstante, una vez al año el régi men abre las ventanas para ventilar el cabreo y pone en marcha lo que desde hace unos días venimos llamando el “Festival del nuevo cine latinoamericano”, en donde se permiten ciertas cosas que, una vez pasada la semana festivalera, vuelven a silenciarse.


Este es el caso de la película “Fabula” (2011) del cubano Lester Hamlet.


Desde hace ya días se venía comentando que esta película solo se programaría para el festival y luego se guardaría en el cajón de algún ministerio durante una larga temporada. Cuestión que no hizo más que aumentar las expectativas de un pueblo deseoso de ver lo que ya sabe.


Para entender el atrevimiento de esta película era necesario contextualizarla en un marco de repre sión como el mencionado ya que, para los ojos europeos, apenas se diferencia de lo que podemos estar acostumbrados a ver.


“Fabula” es la historia de una pareja joven, él pintor y ella puta. Ella sabe que él es pintor. Él no sabe que ella es puta. Pasean enamorados por la Habana, se van a vivir juntos y tienen una hija. Ella comienza una relación extramatrimonial con un cliente. El pintor se entera no solo de eso sino de todo y aquí el quiebre, ya que los dos, junto con el tercero en discordia, comienzan una relación a tres bandas donde la prostitución y la homosexualidad y todas las desavenencias con la iglesia y con un ré gimen dirigido por dos viejitos están a la orden del día. Planos como los de Julio Medem en “Lucia y el sexo” y besos como los de Won Kar Wai en “Chunking express” no son nada habituales por estas latitudes, de hecho en la sala ya se comienza a hablar del tan esperado porno-socialis mo.


Trabajos tan arriesgados como este no solo articulan una crítica real y efectiva sino que devuelven a la actualidad viejos pensadores que fueron la base de este deseo de libertad como Virgilio Piñeira o Rufo Caballero (quien decía cosas como “La homofobia no es más que el miedo a ser descubierto”).


Película efectiva también, ya que profundiza en un tema y no se desmarca de él, es claro y directo y no deja lugar a dudas, como bien podría suceder con la extrañamente aclamada “Habanastation” donde la metáfora, si es que existe, es, como diría un crítico amigo “de brocha gorda”.


Sin intención de poner en entredicho la lucidez del pueblo cubano y las prestaciones de un festival necesario y mucho menos las buenas intenciones del socialis mo, cuyo problema creo que no es el mismo socialis mo sino el que se encuentre atravesado en un mundo concluyentemente capitalista, me quedo aplaudiendo propuestas como esta hasta que la sala se queda vacía y el silencio nos devuelve a la aparente normalidad de la isla.


DÍA 7


-La historia comienza cuando el protagonista escucha en la radio que su primera novia se mato- le dicen a Julio. -¿Y qué más pasa?- -Lo de siempre- -¿Y qué es lo de siempre?- - Todo se va a la mierda.- La madurez del cine chileno está llegando a su máximo apogeo con la consolidación de una narrativa atractiva y consecuente. Este detalle puede revelarse al compararlo, por ejemplo, con el cine cubano actual.


Lo narrativo no solo responde a la vieja ecuación de introducción, nudo y desenlace, existe también una capa, un aura, una forma de contar las cosas que es propia de quien la cuenta y que es propia de la historia contada. Si vamos a contar una historia de amor, evidentemente tenemos toda una serie de situaciones y elementos que no son únicos, que son necesarios para que el espectador vea en ella que se habla de amor. Pero más allá de estos, existe la lucidez del compositor que los ordenará según sus deseos. Me refiero a los capítulos de la historia que son ineludibles y que hacen que el encuentro de dos que se enamoran no sea un cuento más, sino el único cuento posible. Al fin y al cabo esto es lo que sucede en la vida real, por mucho que todas las parejas parezcan responder a un mecanismo universal de conocimiento, reconocimiento y entrega, la nuestra siempre será única.


“Fabula”, la película cubana que ayer comentaba, es una historia de amor, y como tal nos encontramos con imágenes típicas de dicha temática como lo pueden ser ambos protagonistas caminando de la mano por la calle, salpicándose agua de una fuente al tiempo que ríen, ella le pone helado de fresa en la nariz a él, él le aparta el pelo de la cara a ella, y toda una retahíla de imágenes que no son nada particular, de hecho parecen realizadas con los moldes propios del relleno que nos lleva a la parte de la historia que el director está especialmente interesado en enseñar y que, evidentemente, no es esta.


“Bonsái” (2011) del chileno Cristián Jiménez, es una historia sobre literatura, sobre plantas y también una historia de amor, la de Julio, un adolescente con ínfulas de escritor, y Emilia, compañera de Julio en el curso de literatura en que ambos participan.


A través de juegos en los que se trenzan el mal humor de Emilia, el inexpresivo suceder de Julio, Proust leído en voz alta antes de dormir y “la búsqueda de ambos por encontrar el lugar donde queda el propio ombligo” nos vemos, de repente, ante una historia más que no es una historia más, es una historia agradable e irónica, acida e interesante, donde cada plano alimenta los anteriores y sugiere los siguientes, donde el tronco de lo que se cuenta, la ficción de dos, se presenta aderezada con elementos que solo pudieron combinarse en ese encuentro, el de Julio y Emilia, y que lo hace, naturalmente, único.


El trabajo de Cristian Jiménez se suma así al de la chilena Francisca Silva, directora de“La mujer de Iván” donde se repiten los esquemas, vaya la redundancia, que los hace únicos. La lucidez del ojo que contribuye a la consolidación de un cine nacional desmarcado de cualquier influencia externa, de una veracidad a la altura de la ficción y una ficción que forma parte intrínseca de la realidad en que surgió.


DÍA 8


Es de esperar que en un festival donde se proyectan más de cincuenta obras no todas carguen con el peso de ser cine de autor, cine de los márgenes si se quiere, y cada tanto, por errores de intuición, uno se tenga que comer trabajos de difícil digestión. Este es el caso de dos películas que, si bien conservan el esfuerzo y las ganas y todas las buenas intenciones de la gente que trabajo en ellas, no son, finalmente, del agrado del abajo firmante. Sin mayor propósito que el de escribir en nombre de mis gustos, aquí les desgrano los quiebres de “Güelcom” y “Asalto al cine”.


“Güelcom” (2011), del argentino Yago Blanco, es, en pocas palabras, una comedia romántica para todos los públicos y, aunque no tenga nada contra los trabajos “para todos los públicos”, si asumo ciertas reservas con eso de “comedia romántica” ya que lo creo un genero anclado en estrategias propias de novela televisiva de media tarde y tópicos nacionales que, en abundancia, pueden dinamitar una identidad cinematográfica.


Leo, de profesión psicólogo, clase media, se entera de que su ex novia está de vuelta en Buenos Aires después de haberse ido a vivir a España, rompiendo con ello, la relación. Con ayuda del grupo de amigos que tienen en común, Leo buscará la manera de reconquistarla.


Sesiones de terapia, viajes a Europa, futbol de refilón, el feo que hace gracia y final feliz son los tópicos a los que más arriba hacia referencia y que aquí, por lo endeble de la trama, resaltan de forma escatológica. Una película más que no aporta nada a la historia del cine pero que hace pasar un buen momento a todo espectador deseoso de no cuestionarse nada, ni siquiera por qué está viendo esa película.


“Asalto al cine” (2011) de la mexicana Iria Gómez es una película en clave “Réquiem for a dream” (Darren Aronofski) pero sin azúcar. Cuatro adolescentes de un barrio obrero de México pasan sus días fumando porros, haciendo grafitis y lidiando con las adversidades de cualquier persona de tales gustos, véase la policía y otros grupos de adolescentes que buscan fortalecer una identidad en detrimento de la identidad de los otros. Pero no acaba aquí, ya que de puertas para adentro, cada uno de ellos vive su propio drama familiar.


Con la excusa común de la diversión y la particular del hogar, los cuatro deciden asaltar un cine pero el resultado, en apariencia positivo, no hace más que profundizar la gravedad de sus escenarios, no solo particulares sino también comunes. Se trata pues, de un trabajo lineal que no merece ninguno de los adjetivos que decoran las películas anteriormente mencionadas, pero tampoco arranca un aplauso. Siento que falta trama, empatía dramática que dicen, y así, sus dos horas pasan como pueden pasar al sentarse en el banco de un parque a ver la gente caminar, con todo lo excitante y superfluo que eso conlleva.


DÍA 9


Como bien encabezaba una de las últimas ediciones del periódico que diariamente publica el certamen con todo lo que al propio festival de cine concierne, sin reflexión no hay documental. Y buena cuenta de ello lo dan dos trabajos que, sin mayores pretensiones que el de abrir una brecha sobre dos acontecimientos de escasa repercusión mediática, se inscriben dentro de lo que se podría denominar “subversión social” o “con el pueblo no te metas” o mejor aún “al rico ni agua”.


El primero de estos trabajos es “Los últimos cangaceiros” (2011), documental del brasileño Wonley Oliveira, director de larga trayectoria y una de los destellos egresados de la EICTV (Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños).


Los cangaceiros fueron un grupo armado de principios del S. XX del nordeste brasileño que vivieron al margen de la ley, se trataba de bandoleros que robaban y extorsionaban a todos los ricos terratenientes de la zona y mantuvieron en vilo a las autoridades durante muchos años hasta que finalmente se les dio caza, se les corto la cabeza y se los expuso como animales tal como se estilaba en la época. Hoy, esta historia forma parte del folklore brasileño.


Durvinha y Moreno son una simpática pareja de ancianos que hasta hace pocos años rondaban los noventa años. Por más de medio siglo mantuvieron un secreto que ni sus hijos pudieron intuir, ambos eran los únicos supervivientes de aquel grupo de bandoleros.


El secreto se hizo voces y comenzaron los homenajes, los reencuentros y los aplausos.


Curioso los trasvases del devenir histórico ya que uno de los ancianos, Moreno, perdió la cuenta de la gente que mato con la victima veintiuno, que cortó lenguas, que grabó con hierro candente algunos rostros, que abandono hijos en parroquias, etc., y todo esto lo cuenta cual abuelito junto a sus nietos a un lado de la chimenea, solo que aquí los que sonríen condescendientes son alcaldes, familiares y lugareños.


Los cangaceiros fueron un grupo peculiar, de vida errante, siempre vestidos con oro, elegantes, que se perfumaban para luchar y que organizaban bailes en medio de la selva mientras en la ciudad se les ponía precio a sus cabezas.


Los cangaceiros son, antes que cualquier otra cosa, uno de los mayores gestos de libertad en un mundo donde la vida no valía nada, son el encuentro con esa vida, la reapropiación de esa vida que debió ejecutarse en su plenitud ya que la extensión era lo de menos, y la profundidad su gran verdad.


El segundo trabajo corresponde al mexicano Tin Dirdamal. “Ríos de hombres” (2011) viaja a los primeros meses del año 2000 en la ciudad boliviana de Cochabamba, donde las estrategias de la empresa que abastece de agua a la población dejaran sin el servicio básico a miles de casas.


La situación con las autoridades llega a tal rigidez que la gente comienza a atrincherarse en la plaza principal al tiempo que el gobierno envía a toda la policía y parte del ejercito para disolver a los manifestantes. Así, lo que se creía impensable se hace evidente; Cochabamba comienza el nuevo siglo en medio de una guerra por el agua. La triste caricatura llega a extremos tal que en algunas zonas se prohíbe a la gente utilizar el agua de la lluvia, lo que para el escritor Eduardo Galeano significa el paso previo a la privatización del aire.


Aquella lucha social es hoy recordada como un hito no solo por cómo la gente se organizó y peleo por lo que es suyo, sino también por la evidente deshumanización que desvelo un proceso neoliberal que privilegia el baile de cifras por encima de los intereses de la población, intereses que no responden a las necesidades superfluas que tan bien decoran el estado de bienestar, sino que responden a necesidades básicas, naturales, como lo es la relación entre el agua y el hombre, la relación entre el agua y la vida.


Ambos trabajos engloban con los elementos propios de una época, “Los últimos cangaceiros” a principios de siglo y “Ríos de hombres” de finales, la eterna lucha del hombre contra el hombre, ambos dibujan dos casos que, si bien no son todos los casos que pudieron darse a lo largo del S.XX, si representan el estado de las cosas, la atmosfera a la que se ha llegado después de tantas luchas y tantas conquistas sociales, y en la relación de ambas historias se nos ofrece una visión global que nos ayuda a entender las sombras de un monstruo huidizo, entrelineado, capaz de ofrecer al hombre en sacrificio por el mismo bien del hombre, un monstruo que, aún vestido especialmente para cada época, no dejo de ser siempre el mismo y que para mi entender sólo puede sugerirse si hablamos de egoísmo, discriminación, exclusión y la consecuente especulación a la hora de decidir la buena fortuna de los continentes.


DÍA 10


El último día del Festival de la Habana estuvo enteramente dedicado a “7 días en la Habana” (2011), un trabajo coral donde siete realizadores de distintas partes del mundo hacen su particular visión de la capital cubana. Benicio del Toro, Pablo Trapero, Elia Suleiman, Julio Medem, Gaspar Noé, Juan Carlos Tabío y Laurent Cantetencadenan siete cortometrajes donde los elementos que constituyen la vida y las dinámicas de la Habana como el turismo y la prostitución, la música, el hotel nacional y los eternos discursos de Fi del, los deseos de irse y el miedo a quedarse, la santería, el pluriempleo, la religión y una mano cuando se necesita, son algunos de los rasgos identitarios de esta ciudad (según el programa) ecléctica y vital que mira al futuro.


Naturalmente no todos los trabajos son de la misma calidad y, en definitiva, ninguno llega a contarnos una historia que se aparte de la Habana que cualquiera pueda imaginar (aún no conociendo la ciudad). Curiosa verdad, por otra parte, la fuerza con la que esta capital se representa en el imaginario colectivo de todo aquel que no habiendo pisado nunca la isla, se hace de sus calles y su gente. Sin embargo, más lejano resulta imaginar la vida de un oficinista habanero o la movida del heavy metal, los barrios de clase alta o las sinagogas cubanas que también existen.


Así mismo, cabe destacar algunas propuestas que hacen a esta película pero no tanto por su temática sino, más bien, por su realización. Por ejemplo el llamado “Ritual” deGaspar Noé. Un cortometraje dividido en dos bloques que bien suponen las dos caras de una misma moneda. En primer lugar una calle apartada. Un grupo de adolescentes entorno a un coche. Reggaetón por todo lo alto. Todos bailan, todos se rozan, pornografía sin quitarse la ropa. Los graves de la música son los dueños de la secuencia. Dos niñas se comienzan a repetir. Dos niñas se acercan cada vez más. Las dos niñas se besan.


Por la mañana aparecen las dos desnudas durmiendo en una cama. En el marco de la puerta, los ojos atónitos de los padres de una de ellas. Giro.


La vera de un rio apartado por la noche. Un grupo de familiares entorno a la niña. Tambores y aves. Estamos presenciando un rito de purificación según los dictados del santismo. Los graves y la oscuridad dominan la secuencia. Se rasga la ropa, se frota una gallina sobre la niña, se adentra en el agua y final.


Otro trabajo interesante es el presentado por el realizador Laurent Cantet “La fuente”, en el que, con motivo de la revelación que una anciana tuvo de la virgen, moviliza a todo el barrio para construir en un solo día una fuente en el salón de su casa con fiesta incluida por la noche en honor a la santísima. Buen ejercicio para deshilachar lo que hace un poco al cubano de barrio, lo que aquí se entiende por comunidad, ya que, siendo una historia que nace en el núcleo de un barrio humilde y de pocos recursos, todos ponen lo mejor de cada uno para conseguir los materiales con los que construir la fuente, la comida para la celebración nocturna e incluso el vestido amarillo que la anciana debía llevar para tal acontecimiento.


Nota a tener en cuenta para el viejo continente: nadie pide nada a cambio y no todos parecen conocerse, nadie parece en principio disponer de lo que se les pide pero con un mínimo de voluntad lo terminan consiguiendo, el apoyo mutuo y desinteresado entre la gente, aún siendo el motivo la relativa locura de la anciana, termina fortaleciendo los lazos vecinales y alejando, en un solo gesto, sentimientos tan jodidos como la indiferencia y la soledad.


Y con esta idea se termina clausurando el XXXIII Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, un festival repleto de propuestas originarias de cualquier rincón del continente, un autentico muestrario de realidades que, si bien no todas efectivas o del gusto de quien escribe, si esperanzadoras para el medio y con suficientes argumentos para seguir creyendo en la utopía de la oreja y el ojo. Larga vida pues, al nuevo nuevo nuevo nuevo cine latinoamericano.





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