El festival de cine Ambulante 2012 también ha pasado por esta región xalapeña, alegrando la oferta fílmica, y una de las piezas que más llamó la atención del público fue “Esto no es una película”, del iraní Jafar Panahi. He aquí algunas aproximaciones para entender dicha atención.
Algunos invitados charlan junto a la ventana, otros lo hacen incrustados en el sofá o acomodados en la mesa. El señor y la señora de la casa no se quedan atrás y participan activamente de las conversaciones que, quizás, fueron encadenando lo que termino siendo aquella trágica reunión.
Así mismo, es de suponer que lo que allí se podía estar hablando no eran para nada trivialidades, por lo menos si entendemos lo que de pulpa tiene la situación política y social actual para el paladar político y artístico de varios de los invitados. Los temas están servidos y los comentarios, imagino, abundan. Los últimos atentados, las últimas elecciones, las últimas detenciones, las últimas restricciones… Seguramente ninguno de los allí presentes estaba libre de pecado, pero si me preguntan cuál es el peor, el peor es el señor de la casa, Jafar Panahi.
El mundo, marzo de 2010. Los periódicos internacionales amanecen con la triste noticia; “El cineasta iraní Jafar Panahi fue detenido en su casa, después de que la policía registrase la vivienda, junto a su esposa, su hija y quince invitados” a lo que suscriben “Las autoridades y los medios de comunicación estatales aún no se han pronunciado sobre la detención.”
Irán, 2009. El régimen de los ayatolas, pedestal más alto dentro del clero chií, una de las ramas principales del Islam, gobierna su teocracia con mano dura, censurando y reprimiendo todo tipo de expresión artística que atente contra los intereses del nuevo gobierno, aparentemente reelegido por el pueblo iraní a mediados de 2009. Jafar Panahi, quien ya se había labrado una indiscutible reputación crítica con los poderes gobernantes al orientar su cine sobre una clara línea de denuncia (véase El círculo (2000) o Offside (2006), crudos retratos sobre la mujer en una sociedad que la margina), apoya públicamente a la oposición junto con otros artistas e intelectuales iraníes.
La oposición pierde, y lo hace con esa extraña mezcla de decepción y rabia que sucede a cualquier fraude electoral. Estallan manifestaciones, primero dentro y después fuera de Irán, se caldea el ambiente ya de por sí caldeado y Panahi, reconocido en Lorcano, Venecia, Cannes, Valdivia y Berlín está ahí, en primera línea.
Fue en el funeral de una manifestante de aquellas revueltas de 2009 cuando detienen por primera vez al cineasta, le retiran el pasaporte y, en consecuencia, su libertad para abandonar el país y participar, por ejemplo, en nuevos festivales de cine como el de Berlín.
Entonces llegamos a marzo de 2010, Jafar Panahi está en su casa junto a su mujer, su hija y quince invitados cuando las fuerzas de seguridad iraníes irrumpen en la casa, lo registran todo y se llevan a los dieciocho detenidos. Varios de ellos van quedando en libertad con el paso de los días pero Panahi, por el contrario, es encarcelado. Presión internacional y huelga de hambre de por medio, al cineasta se le otorga, dos meses más tarde, el arresto domiciliario a la espera de condena por “estar trabajando en una película de alto contenido crítico contra el régimen y de indudable enaltecimiento de las masas opositoras.” Panahi dijo que no era cierto, pero solo lo escucharon sus amigos. La sentencia fue de prisión por seis años. Panahi recurrió al Tribunal Supremo, y además de seis años fueron veinte de inhabilitación para hacer cine.
Esto no es una película, (This is not a Film, 2011 ) importa porque fue rodada un día de marzo del 2011 en el que Jafar Panahi, en arresto domiciliario, esperaba escuchar su sentencia. Importa, ya que con la dirección del también cineasta Mojtaba Mirtahmasb, este grito (porque recordemos, no es una película) expone, por un lado, la injusta certeza que supone confirmar una vez más que aquí, en la superficie, la única ley es la del más fuerte, pero por otro lado, la inocente, aunque no menos necesaria, convicción de que también los totalitarismos (los de facto y los democráticos) tienen sus grietas, fisuras donde aún se modula una conciencia crítica a pesar de las duras inclemencias políticas y de los más enrarecidos climas sociales, en definitiva, herramientas para la lúcida desobediencia civil como siempre lo fue la expresión artística en general y como lo viene siendo en esta última década el cine en Irán.
Y vistos un poco los antecedentes y las consecuencias, los contextos las formas, y medido un poco el valor y esa lucidez antes mencionada, sabemos que no es difícil comprender porque esto No es una película, pero queda por investir, si es que esto no es una película y es, por ejemplo, un grito, la actitud con la que salgamos de la proyección.