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De derrota en derrota, hasta la victoria final (sobre el papel del crítico)

Hasta hace poco era crítico de cine. Lo era desde que me di cuenta que hacer cine es una liada. En un principio la idea era la de todos, hacer mis películas para dejar de ver la de los demás, para lo cual fue necesario informarme, apuntarme, inscribirme, y más tarde los primeros simulacros, es decir, mis primeros cortometrajes, época en la que sueles llamar actriz a tu novia, al plagio se le dice influencia y a fruncir el ceño, pensar. Sin duda, aquella fue la cima de mi carrera como cineasta.


Cuando me contaron que esto de jugar a hacer películas podía ser un oficio, y que incluso podría llegar a vivir de él, empezaron las complicaciones. Porque hacer de lo que te gusta un trabajo no es disfrutar de lo que te da de comer, es hacer del goce una obligación, y todos sabemos que es ahí, por esas fechas, cuando lo único que te importa se enfría y la disfunción eréctil es el pan nuestro de cada día.


Naturalmente esto lo supe más tarde, ya que por aquellos años me quería comer el mundo y, de hecho, lo estaba haciendo ("Las bicicletas son para tu hermano" , 37 reproducciones. "El lado oscuro del camisón", 96 reproducciones. "Todo sobre tu madre", 74 reproducciones) por lo que, naufragando en el océano de la inocencia, creí que el camino al éxito estaba asegurado.


Intentar hacer cine como siempre pero ahora enserio es poner de acuerdo a un montón de personas y no todas traen consigo la idea de que esto es un juego, o la magia de la creación, o el motivo por el cual vale la pena estar vivos, no, en este nivel del sueño la gente no solo quiere ganar dinero, tampoco quieren perder el tiempo, y no solo perder el tiempo, también quieren hacer curriculum, y no solo eso, sino que además quieren tener un Nombre, y así es como, poco a poco, vas viendo como ser cineasta no es solo ser cineasta, también es ser, como dice la canción, mercenario en Damasco, costalero en Sevilla y negro en Nueva Orleans.


No fue fácil digerir el hecho de que la bolita acabase en una casilla por la que no había apostado, evidenciando que el sueño americano era, precisamente, un sueño, así que a la maravillosa edad de 24 años fue cuando decidí abandonar mi exitosa carrera como director de cine y redimirme, cual síndrome del periodista deportivo, como crítico de cine.


En un principio la idea era la de todos, hacer mis críticas y dejar de leer la de los demás, para lo que fue necesario, básicamente, tener el Word abierto todo el día y empezar a fumar. La situación se presentaba bien, me alejaba de la maquina de esterilizar sueños que es la Industria, sin reducir un ápice mi amor por el séptimo arte. Se trataba de ver películas y opinar, no depender de productores, sonidistas y utileros, dar mi visión escribiendo, hablar del trabajo de otros, si, pero cabalgando la certeza de que hablar de los demás es, por encima de cualquier otra cosa, hablar de sí mismo.


Mis primeros textos fueron muy bien acogidos ("Tom Cruise ¿Tolerancia cero?" 6 "me gusta". "Al final de la Escac-gada" 8 "me gusta". "¿Porqué es más barato comprar hachis que ir al cine?" 11 "me gusta") entonces me arroje de lleno en el mundo de las publicaciones online, donde más tarde te das cuenta que incluso las promesas son virtuales.


Estaba haciendo camino nuevamente, me sentía a gusto con mi "profesión", no paraba de fumar, pero faltaba algo que tarde o temprano brotaría de mi amor propio: el dinero.


Pretender que te paguen por escribir en un planeta donde todo el mundo escribe es como intentar calcular cuanta gente debe morir antes que tú para poder ser proclamado monarca, y aún así, seguir soñando cada noche con tu culo en el trono.


Había rechazado hacer mis películas porque, entre otras cosas, mucha gente tendría que estar pendiente de mí, y con la escritura fue sucediendo algo parecido, solo que aquí absolutamente nadie estaba pendiente. Aún así, me gustaba la liturgia del escritor y hasta me había animado nuevamente a hacer algún cortometraje casero (demarcándome de la etapa pueril quitándole pretenciones) pero, sin embargo, no vivía de ello, y de hecho, tampoco vivía de otra cosa. Es decir, el poco dinero que conseguía lo gastaba en mi creciente adicción al tabaco, y poco más.


Escritura y dinero o cine y fama son el mismo empalme de una alianza inverosímil para la mayoría de los mortales, es cogerle el brazo a la realidad cuando apenas nos ofrece un dedo de la mano y es la consecuencia directa de haberse tomado el siglo XXI al pie de la letra. Con estás perspectivas, entenderán que no fue fácil digerir el hecho de que la bolita fuese lo único real en ese casino del destino en el que entré para apostarlo todo, y ya se sabe, el hombre es el único animal que se tropieza dos veces con el mismo sueño americano.


Aquí llega la depresión de la mano de unas narcóticas melodías al piano, la lluvia golpeando el cristal de la ventana y una ristra de flash-back de cuando creía que el mundo nunca dejaría de ser sepia. Mi vida era una mala película y ni siquiera daba para una buena crítica. Conflicto de valores, ¿Podría abandonarlo todo y comenzar nuevamente en otro terreno que no fuese el cine? ¿Es posible vivir sin la expresión artística cuando llevas toda una vida creyendo que lo haces? ¿Sería capaz de acallar un deseo vital de aquí en adelante sin que en un futuro acabe encarcelado por violencia de género o exhibicionismo?


No amigos, no sería capaz, por lo que he tomado una nueva decisión, abandonar mi “exitosa” carrera como crítico de cine (y el tabaco) pero, al mismo tiempo, iniciar una nueva etapa en este spring por la felicidad en que se ha convertido la vida con coca-cola; me he reciclado en lo que hoy ven de mi, un escritor si, un escritor de cine si, pero ¿Que cine? El de un estudiante sin estudios o, si prefieren, el de un cineasta sin películas, los cuales solo existen en los textos de un crítico que, despues de años disimulando, ha asumido que odia el cine. Y entiendase el odio como uno de los tantos pliegues del amor, porque solo así podré avanzar ligero los años que me queden, trabajando duro en el último intento por hacer del cine un lugar habitable, y si con estas no lo consigo, si finalmente entiendo que esto no es para mí, pues ya vendrán otros a contar mi historia con una hermosa película sin título.

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