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Bjork en Tajín (Revista Fusion14)

Dicen que a día de hoy ningún músico se tardó demasiado tiempo en aceptar una plaza dentro del Festival Cumbre Tajín, y posiblemente esto se dará porque no es cualquier festival, tal vez por esa atractiva combinación de historia, compromiso y multitud, pero también es cierto que pocos somos los que rechazaríamos ser parte del público que en Tajín cabe, quizás por esa otra curiosa combinación de tradición, cerveza y voltios, y ante tal panorama no era raro suponer que el reciente festival Cumbre Tajín 2012 tendría un excelente cartel y un lleno rotundo. Evidentemente, aquí también hubo una palabra clave que, de alguna forma, consolidaba esta excelencia del cartel y esta rotundidad del lleno; Bjork.


La cantante islandesa de 46 años (con cuerpo de 26 y voz de 16) fue el epicentro de un equinoccio primaveral que celebraron unas 30 mil personas sobre suelo totonaca. Una hora antes de lo previsto Bjork salió al escenario dentro de su traje azul plateado y bajo su desproporcionada peluca rojiza, eso sí, escoltada por un coro de dieciséis mujeres también plateadas que, enmarcadas sobre las proyecciones de estrellas de mar que detrás se sucedían y atendiendo a la evidencia de que cualquier mujer que viste de plateado es una sirena, el público se sumergió literalmente desde el primer minuto en las voces y los ritmos de esta propuesta.


Aún presentando su nuevo disco “Biophilia”, álbum del que desgrano, entre otras, “Crystalline” y “Thunder bolt”, Bjork agasajo al fanatismo general con agradecidas excursiones por su discografía, entre las que se cuentan canciones del “Post” (1995) como “You ve been flirting again”, del “Homogenic” (1997) tal como “Hunter” y del “Vespertine” (2001), recuérdese la inolvidable “Hidden place”.


Con las percusiones, la imponencia de un órgano tubular y los pulsos del sintetizador, Bjork fue articulando una empatía entre público y escenario que solo pareció desvirtuarse ante la exclamación de la artista: “No puedo ver sus caras por todas esas cámaras. Estén este momento conmigo”, a lo que la gente hizo caso omiso. Actitud esta de Bjork que, más que responder a la típica soberbia de artista, señalaba una cuestión que si merece una parte de nuestra atención, sobre todo viendo ese mar de cámaras que sobrevuelan las cabezas no solo aquí, sino también en cualquier concierto multitudinario: ¿Por qué la gente (en especial la gente alta) ve a Bjork a través de una pantalla si, por una vez, puede hacerlo directamente? ¿Es que la gente prefiere tener recuerdos antes que experiencias? Cuestiones que, aún al margen del tema que aquí se trata, creo que merecen ser señaladas ya que nos alertan de unas inclinaciones generales que escenifican una vez más el carácter material con el cual sopesamos lo que vivimos.


En definitiva, volviendo a lo que nos toca, una hora y media de música donde tempos y biorritmos cuadraron un in crescendo que acabo en lo más alto y donde no fueron necesarios los bises, dejando a Bjork a la altura de sí misma y al público satisfecho.

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