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“When you´re strange” de Tom DiCillo

“El hombre que sólo comía zanahorias era capaz de matar, y de robar, y cuentan que se deshizo de su mujer por una sola zanahoria”

L.M.Panero


Existe una interpretación de los hechos que apoyo totalmente; nunca nos cansaremos de ver una y otra vez las mismas imágenes de The Doors, o, en su versión puntualizada, las mismas imágenes de Jim Morrison una y otra vez. Lo sabemos todo de Jim Morrison, ya nos excitó, ya nos deliró, ya nos defraudó, ya nos volvió a atrapar y ya nos aburrió, sin embargo lo seguimos aceptando, lo seguimos tarareando como si cada tanto fuese necesario releerlo, deducirlo nuevamente y a ver si ahora sí, ahora por fin descubrimos eso que él parece saber y los demás no, eso que está detrás de su delirio escénico y que no se resuelve concluyentemente comercial, que no es ni siquiera el peyote o la década o el alcohol mal digerido, que no tiene nada que ver con la policía en el escenario y muy lejos está de sus paseos por los aeropuertos del mundo tan así, tan bien y tan mal, eso que él tiene y los demás no y que hace que los demás se pregunten si él lo sabe, si él, el niño prodigio, el ángel caído, el sí de las niñas según Carlos Monsiváis, sabe lo que hace, si sabe lo que es y en última instancia, si sabe que lo sabe.


Entonces, siempre dispuesto a dejarme arrastrar por este tipo de dudas que entretienen y no dañan (no dañan al gusto), voy encantado a cualquier evento fílmico que suponga la revisión, la reinterpretación, el homenaje o la celebración de todo lo que sea Jim Morrison o, en su generalidad, The Doors.


“When you´re strange” (EEUU, 2009) de Tom DiCillo se presenta como un documental atractivo, colmado de imágenes documental que dan fe del mito, desde los inicios hasta el final, consagración y caída del héroe a partir del encadenado de documentos hasta ahora dispersos, algunos siempre supuestos en el inconsciente colectivo y otros, los menos, de una renovada expectación de lo inédito. Pese a lo dicho, estos últimos, los menos, no son los suficientes como para evitar tener una sensación de sobra conocida, la del “esto ya se vio”, la del “esto ya se escucho”, que esta historia del ídolo, aún con ese carácter documental que todo lo avala y todo lo aproxima, ya se sabe.


En 1991, el director de cine Oliver Stone ya había presentado su propia ficción sobre la historia de los Doors en general y de Jim Morrison en particular, película que ya en su titulo desvela el nulo margen poético que se permitieron; “The Doors, la película”. Tom DiCillo, por el contrario, cuida esa condición de no solo estar contando una historia sino también creando perspectivas, como sucede al arranque de la película donde nos encontramos con un Jim Morrison barbudo y a color atravesando el desierto dentro de un coche que ruge, y en donde podemos escuchar, gracias a la magia del montaje, como la radio anuncia la muerte del famoso vocalista. Detalles, sin más. A partir de aquí, tanto una película como la otra cuentan exactamente lo mismo, Jim lector que sabe que después de Baudelaire solo queda el circo, Jim tímido a las puertas de sí mismo, Jim entregado y querido, Jim mal viajado y dolido, Jim retirado y recayente y, finalmente, Jim a los pies de los alcohólicos de Pere Lachaise.


Personalmente creo que la aproximación de Oliver Stone al mito es intrascendente, sin embargo, la aproximación de Tom DiCillio, aún sin alcanzar un vuelo mucho más alto que el de su antecedente, se justifica por verídica, se salva porque en ella todavía podemos reconocer gestos y tics que escapan al montaje o a la decisión de un director que sabe cómo acabará todo, posturas y miradas que aún no saben como acaba la canción, y es quizás ahí, en estas fugaces parcelas de lo supuesto donde se hace y se deshace lo desconocido, donde aún encontremos nuevos datos que nos ayuden a tomar una postura clara y poder decir al fin si Jim Morrison es culpable o victima de todo lo que se le sigue acusando.

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