“El arte moderno es una zona catastrófica.
Nunca en el campo de la historia de la humanidad
se ha utilizado tanto por tantos para decir tan poco”
Hoy, la figura de Banksy dentro del panorama de la creación supone una difícil encrucijada para quienes, proclamados reyes Midas del puterio comercial en que devino (o siempre lo fue) el arte, viven alimentando esa máquina de escupir etiquetas y no por otra cosa sino porque catalogando (es decir, poniendo títulos, corrientes, nombres, biografías, etc) la obra, o incluso el artista, puede ser tasado, y de Banksy, esto ya es sabido por todos, poco se sabe.
En Exit through the gift shop (2010), primera incursión cinematográfica del artista callejero en cuestión, podemos encontrar un autentico vademécum del desfalco conceptual al que se enfrenta cualquier intento de catalogar lo que, a la vista está, se escurre de las manos: lo artístico.
Suscribiendo que Banksy es el autor de muchas obras, entre ellas el propio Banksy, entendemos que lo que interesa es lo que representa, y el film no sólo documenta el gesto, sino que profundiza en esa línea del anonimato necesario, en la descentralización del concepto para volver renovados a él, y renovarlo, y hacerlo en este caso, involucrando al cine en la lógica de la deslocalización.
¿Es esta película un documental? ¿Es su protagonista Thierry Guetta un personaje real? Debemos admitir que la relatividad nos descoloca, que todo aquello que se escapa de los cánones de conducta y de expresión y, en definitiva, lo que está al margen del monótono pero no por ello menos cómodo devenir del lento transcurrir histórico, nos irrita, nos empuja a la torpe inocencia de quien pasa a ser un turista perdido en los callejones de la previsibilidad humana, ¿Es esto una película de ficción? ¿Se están riendo de nosotros?
Sumidos en esta tediosa versión acumulable de lo existente, método por excelencia para asegurarnos una vaga perpetuidad, el street art irrumpe en el horizonte de los protocolos consumados para desmitificar esos tres o cuatro caminos preestablecidos que nos aseguran el valor de las cosas. Entonces, ¿qué valor puede tener un grafiti cuando su vida útil puede ser más corta que el tiempo que llevó realizarlo?, véase la imposibilidad de coleccionar tales obras debido a su emplazamiento, el carácter vandálico de lo bello que a más de uno retruca el gusto, o lo difícil que les cuesta a los gobiernos deseosos de estar en la cresta de la ola institucionalizarlo.
Con ello, el street art, y en su mínima expresión Banksy, y en su mínima verdad Exit through the gift shop, pasan a revelarnos ese otro baremo con el cual poder distinguir el arte de lo que no lo es, es decir, la obra de arte entendida como el resultado de haber estado en el momento adecuado en el lugar preciso. Y en efecto, esto es lo que viene a contarnos Banksy con una historia como la de Thierry Guetta, un hombre que se salta todos los pasos naturales para llegar a ser una celebridad del arte, y lo que nos cuenta en cada uno de sus trabajos como grafitero, recuérdese la acción en el muro que separa Palestina del mundo y a Israel del sentido común, darnos a entender que ni la versada formación ni la legal o ilegal técnica ni la razonada consciencia del mensaje y mucho menos la trayectoria profesional del artista, hacen a la creatividad y al valor resultante sino, más bien, la espontanea lucidez de quien aúna en un solo gesto lo que se ve y como lo vemos.