“Tracé un ambicioso plan; consistía en sobrevivir. Y mi voz era un imán Y así logré captar, paseando por el Carrefour, a un ejército de un centenar” Nacho Vegas
Limbo Starr es una discográfica, no olvidemos este dato. Una discográfica es una empresa que se dedica a realizar grabaciones de música, así como su comercialización y distribución. Limbo Starr está fundada por un grupo de jóvenes amantes de la música, la música Indie. El término indie, según la Wikipedia, proviene del inglés independent -independiente en español- y se refiere en general a cualquiera de los géneros, panoramas, subculturas y atributos estilísticos y culturales, con un acercamiento autónomo y un nivel de planteamiento que se reduce al lema “Hazlo tu mismo”.
“Hazlo tu mismo” es un buen lema. De hecho, la película de Diego Olmo podría llamarse “Limbo Starr. Hazlo tu mismo”.
Siguiendo esta filosofía, David López, Fernando Alfaro y Carmen S. Ulla llevaron a cabo el ambicioso plan. Ingredientes; dinero, amigos y cojones.
Y la narración de la película gira en torno a estos tres pilares temáticos; el dinero y sus vicisitudes, los amigos y sus aires y los cojones como modo de vida. No está mal. El tronco argumental es David López, presentado como el loco de la idea, el loco que se quiso comer el mundo y que finalmente no sabemos a ciencia cierta si lo consiguió pero tiene muchos amigos y enemigos, mucha música en muchas estanterías y espera un hijo, un hijo de Carmen S. Ulla. (Que la última imagen de Carmen S. Ulla sea con su hijo recién nacido en brazos después de pasar toda la película embarazada es solo un detalle) Luego vienen los artistas. Nacho Vegas como el niño de sus ojos, la primera estrella de Limbo Starr que poco a poco se entiende satélite, ya sea porque sigue ahí, ya sea porque lo quieren ahí, porque gusta y factura, supongo. Remate y su folk y su barba y su guitarra y esos aires de mundo. Abraham Boba con la elegancia que empieza en su pelo y acaba en su piano y Brian Hunt, presentado como el mesías que tiene como única misión salvar a Limbo Starr de su nachovegadependismo.
Finalmente, para completar el mosaico de la vida de una discográfica, los críticos musicales, los directores de revistas y locutores de radio. Todos hablan del esfuerzo de aquellos jóvenes por encajar un deseo redondo y rojo en una estructura cuadriculada y azul. Todos hablan del deseo rojo y lo cuadriculado azul. Todos, productores, músicos y críticos, hablan como si lo suyo fuese el deseo rojo, siempre el deseo rojo, y lo cuadriculado azul como un sencillo engranaje de la industria que, por esas cosas de la vida (el dinero, los amigos y los cojones) no solo no les impide hacer lo que quieren sino que además los hace felices.
La película documental no sólo se aproxima a las historias de estos personajes de una manera intima y aparentemente sincera, sino que además continúa con los postulados estéticos que lo mismos retratados aplican. Y me refiero a la estética de esta discográfica, a eso que llaman identidad corporativa, que es, en definitiva, lo que vemos, una identidad visual como la del cine de Julio Wallowist o la de Pedro Almodóvar. Así, la película sobre Limbo Starr termina siendo también la película hecha por Limbo Starr y sobre Limbo Starr, y aquí sí, empezamos a intuir lo mágico que esta gente nos intenta contar, haciendo que una película parezca y transmita lo que un video domestico, sin abandonar por ello la sugestión artística. Y lo mágico de esta historia está ahí, en esa aparente naturalidad de los hechos, las entrevistas en baños, primeros planos cámara en mano, detalles de los lugares, por no escribir sobre todo lo que llegamos a saber de Limbo Starr sólo con lo que los personajes nos cuentan.
Se agradece el intento de aproximación. Nuevos planes, idénticas estrategias.