"Una es más auténtica cuanto más se parece a lo que ha soñado de sí misma." Antonia San Juan - "Todo sobre mi madre"
Tímidas, engreídas, explosivas, maternales, cínicas, disciplinadas, infantiles, manipuladoras, fumadoras, solitarias, ridículas, dominantes, lloronas. En “El baile de las actrices” de Maïwenn Le Besco vemos el actuar como un fenómeno, es la vida de la actriz como fenómeno en la vida de la mujer. Son las ganas de huir y la sinceridad despiadada. Son esas mujeres superadas y luego devoradas por su propia feminidad, dominadas repentinamente por el deseo maternal, atrapadas de un momento a otro por la edad, intoxicadas de soledad y gastos compulsivos. Pero, a diferencia de otras mujeres que no se dedican a la actuación (profesionalmente), estas tienen eso que consigue que lo que fuera evidente hace apenas unos minutos sea de repente absolutamente peculiar e impenetrable ahora, y más tarde, silenciosamente superado.
Pero dentro del gremio actoral, también encontramos diversas formas de experimentar esa peculiar evidencia silenciada, y en el intento por retratar algunos de estos casos se articula la película.
Con la estructura del falso documental, Maïwenn consigue crear una falsa ficción en torno a su experiencia a la hora de rodar un documental sobre las actrices, sobre sus vidas más allá del papel que interpretan; irrumpiendo descaradamente en la vida de Charlotte Rampling, colándose en el quirófano con Marina Foïs, viajando a la India con Mélanie Doutey o en las clases de interpretación de Karole Rocher. Siempre con su cámara en mano, preguntando, interpelando, registrándolo todo como si cada fragmento de la realidad de esas mujeres fuese todo un descubrimiento, rompiendo protocolos e idolatrías, superando sus miedos, vergüenzas y obligaciones familiares por la película que quiere rodar. En el papel que le toca a Maïwenn en la película de Maïwenn veo ese “Todo por el cine” que a veces se olvidan incluir en los programas educativos de algunas escuelas orientadas a este medio. La pasión, que dicen. La pasión que justifica cualquier acto, cualquier locura, como la de encerrar a quince actrices consagradas en una sala y decirles a la cara quienes son para ti, que significan, que te dan y que te quitan a ti, a la cara, escupírselo a la cara, encerrar a quince monstruos y tratarlos como hace tiempo que no los tratan, como corderos, como simples y vulgares corderitos que a veces, según se miren, dan pena. Una locura maravillosa.
Pero en mi opinión, a la Maïwenn directora se le escapa gran parte del jugo que se le puede sacar al tema del la mujer actriz. Y si se le escapa es por dos motivos, el primero tiene que ver con el nexo de unión entre las historias retratadas (la actuación) y lo retratado (la vida real). En esto último no encuentro los matices de esa locura, de alguna forma cada una de ellas no deja de ser la misma, y esto sucede porque las actrices serán un gremio en tanto que cobren por hacer un trabajo de idénticas exigencias, pero no lo serán en tanto que mujeres que hacen el ridículo en sus vidas personales, como se pretende en esta película. La locura no sólo0 parece sobreactuada sino que también es ejecutada por cada una de ellas con estrategias similares. Véase los casting maltrechos y las lágrimas posteriores, perder el papel de tu vida y las lágrimas posteriores, el culto al cuerpo y las lágrimas posteriores, y cómo no, el día en que tienen que optar entre seguir sobre los escenarios o bajar para criar niños, y las lágrimas posteriores.
Y el segundo motivo señala directamente a la gran apuesta del proyecto, el musical. Incluir como un elemento más de la narración el musical al peor estilo“Greace”. En un primer momento tiene su gracia, como cualquier musical, pero luego ya solo parece molestar, como cualquier musical, molestar en el sentido narrativo, haciéndolo ocioso, rompiendo el drama del espectador que se pone a ver esta película con los antecedentes de “Eva al desnudo” (Joseph L. Mankiewicz, 1950), “Tras el ensayo” (I. Bergman, 1984) o, más próxima y reciente, “Todo sobre mi madre” (P. Almodóvar, 1999). Y es que para mí, el musical todavía no es creíble. Y en esta película de Maïwenn Le Besco hay un musical cada diez o quince minutos. Un musical por cada una de las historias, un musical para cada una de ellas, uno para cada actriz.
Y mientras la directora se mantiene en su falso documental y todas y cada una de las actrices lo hacen en su falsa ficción, con musical incluido, uno, perdido en ese juego tan indescifrable como femenino de lo que es verdad y lo que es mentira, no termina de creerse nada de lo que vio, aunque se quedó hasta el final.